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Europa

De ejemplo, nada

De ejemplo, nada Escrito por Miguel Angel Aguilar
EL PAIS - 22/02/05

La noche del domingo, cuando culminaba el recuento electoral del referéndum sobre el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, la televisión francesa TF-1 quería saber si los españoles se sentían un ejemplo en la carrera para la ratificación en tanto que protagonistas de la primera consulta popular.

Fue preferible desengañar a los colegas aduciendo el mal recuerdo que evoca en la memoria pública esa figura histórica de "ir de ejemplo".

De eso fuimos cuando, como compendiaba Menéndez y Pelayo, hicimos residir nuestra grandeza y nuestra unidad en ser "luz de Trento y martillo de herejes" con el resultado conocido.

Es recomendable que nos abstengamos de posar de ejemplo, de mártir en el Japón, o de decorativos, actitud sobre la que ya nos previno Rafael Sánchez-Ferlosio en su libro Vendrán más años ciegos y nos harán más malos.

Escribía allí a propósito de los reportajes de ciertas fiestas en las que le sorprendía ver, entre una mayoría de carcamales y bujarrones, un notable número de señoritas guapas y jóvenes como elemento de decoración. Ese fenómeno le llevaba a recomendar a las señoritas que no se dejaran invitar de decorativas.

Lo hacía en un párrafo contundente, que concluía así: ¡Conmigo tendrían que venir a dar con semejante género de invitaciones, si yo fuese una rubia de 25 años y no la imagen misma de lo indecoroso. "¡De decorativa, sería mi respuesta, la va a sacar a merendar usted a su puta madre!".

En esa línea figuraba el invariable consejo de las madres cuando alguno de los suyos era llamado al servicio militar: hijo mío, no te signifiques.

Por ahí andaba también don Miguel Unamuno, al que tan mal se interpretó, con su preferencia de "que inventen ellos". Pero, en todo caso, nuestro referéndum del domingo ha sido el primero de los diez que se celebrarán para la ratificación del Tratado Constitucional y debe reconocerse que ha supuesto un rotundo sí de España, con un 77% de votos favorables frente a un 17% de votos contrarios.

Enseguida hay que anotar que la participación sólo fue del 42,34% del censo, muy similar a la de las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2004, cifrada en el 45,10%. Un porcentaje que supera la media aritmética del 41% obtenido en dicha convocatoria para los escaños del Europarlamento en los países donde el voto no es obligatorio.

Acéptese, en todo caso que, si nadie la propugnó, nadie queda en condiciones de apuntarse la abstención en su propio haber. Tampoco quedan claros otros apuntes como los del no pretendidos por Gaspar Llamazares porque ni siquiera la dimensión del servicio doméstico, de los mecánicos que ahora llaman conductores y de los empleados de jardinería serviría para explicar ese más del 30% de papeletas con el no en una urbanización tan exclusiva como La Moraleja.

Algo habrán tenido que ver los socios parlamentarios del Gobierno de Zapatero -Esquerra Republicana de Catalunya e IV-IU- en el plus contabilizado del no en Cataluña, y los compañeros del abertzalismo radical en los resultados del País Vasco.

En cuanto a Galicia, es interesante anotar que la recomendación del BNG empeñada en el no ha carecido de efecto relevante alguno porque apenas se ha computado un 12% de esas papeletas, frente a un 81% de las que llevaban el sí.

Además, se registró una participación del 43%, muy superior, por ejemplo, a la contabilizada en el referéndum sobre el Estatuto de Galicia, celebrado el 21 de diciembre de 1980, donde sólo votó el 28,26% del censo.

¿Estaremos ante un signo premonitorio de los resultados esperables, con deterioro del BNG, en las elecciones para el Parlamento de Santiago y para la correlativa presidencia de la Xunta, que tienen como fecha tope octubre próximo?

Así que menos lobos Caperucita. Ni el Gobierno de ZP tiene tantos motivos para el contento con la participación registrada, ni el PP de Rajoy tantos motivos para la censura ante un abstencionismo del que le caben graves responsabilidades, ni tampoco los paladines del no pueden apropiarse de unos resultados más bien magros y que aparecen trufados de castigadores de la derecha e impregnados de olor a sacristías varias.

Otra cosa es que Europa agradecida nos haga sus reconocimientos y que vayamos a dejar a Bush en Bruselas con un palmo de narices mientras los colegas de Zapatero le feliciten

LA CONSTITUCIÓN EUROPEA

LA CONSTITUCIÓN EUROPEA resumen elaborado por el autor participante en las Jornadas de "Perspectivas" del PSCYL-PSOE
Escrito por Jose Miguel Debesa Gil. Enseñante. Secretario de Participación Ciudadana A.Local PSOE-León
jmdebesa@hotmail.com

El Tratado Constitucional de la Unión Europea, es la culminación de un gran esfuerzo colectivo de los europeos para construir una Europa unida y en paz, tras las consecuencias trágicas de la II Guerra mundial. Jurídicamente es un nuevo tratado, entre 25 países, que sustituye a los anteriores de las Comunidades Europeas y de la Unión Europea, por lo que viene a cerrar el ciclo de los tratados, políticamente es una auténtica Constitución que abre un nuevo ciclo, el de las Constituciones Europeas. No es una “Carta Otorgada” por nadie, se ha elaborado democráticamente por una convención de 105 miembros en la que han participado los Estados y los ciudadanos, a través de partidos políticos y otras instituciones.
Supone una solución, al mismo tiempo, a la ampliación progresiva de Europa y a la profundización de su unión, integración, cohesión y democratización. Sin embargo no es la Constitución de un Estado al uso (un Estado Nacional del siglo XIX) y por ello no se le debe pedir lo que no puede dar- división de los tres poderes, etc.-

Crea soluciones innovadoras para intervenir en la globalización del Siglo XXI, como la SUPRANACIONALIDAD (la ciudadanía europea se añade a la ciudadanía nacional, sin sustituirla) que rompe los clichés de los NACIONALISMOS. Los Estados ceden soberanía pero, por el principio de subsidiaridad, sus ciudadanos aumentan su capacidad de control democrático a través de los parlamentos nacionales, y de los regionales, con un funcionamiento de las instituciones “En Red”, para solucionar mejor las demandas de la gente en un mundo cada vez más global.
Por primera vez se proclama la personalidad jurídica de la Unión Europea, se consolidan sus símbolos, bandera, himno, moneda, una divisa “Unida en la diversidad”, se fijan unos objetivos para el interior y el exterior, se establece un Presidente del Consejo más estable, y un Ministro de Asuntos Exteriores.

Siempre se ha criticado que Europa era un gigante económico pero un enano político, y además que tenía un gran déficit democrático, pues bien eso cambia radicalmente con esta Constitución que establece una DOBLE LEGITIMIDAD en los Estados, y en los CIUDADANOS, y que AUMENTA LA DEMOCRACIA al reforzar las funciones legislativas y de control del Parlamento Europeo, y las funciones de coordinación, ejecución y gestión de la Comisión.

La Constitución SIMPLIFICA Y CLARIFICA la legislación existente desde los Tratados, las Leyes, los Reglamentos. etc. para obtener más EFICACIA y superar las numerosas críticas a la burocratización de Bruselas.

La Constitución establece 3 tipos de competencias.
Las COMPETENCIAS EXCLUSIVAS, que son 5: Unión aduanera, política monetaria(Países del Euro), política comercial común, normas de competencia del mercado interior, conservación recursos marinos.
Las COMPETENCIAS COMPARTIDAS con los estados (10): Mercado interior, Cohesión económica social y territorial, Agricultura y pesca, Medio Ambiente, Transportes y redes trans-europeas, Energía, Espacio de libertad, seguridad y justicia, Política social, Seguridad en Salud Pública, Protección de los consumidores.
Las COMPETENCIAS DE APOYO, coordinación y complemento de las acciones de los Estados (7): Educación, juventud, deporte y F.P., Cultura, Turismo, Industria, Protección de la Salud humana, Protección civil, Cooperación administrativa .
La Constitución reafirma una serie de “Valores” que son los que caracterizan a los Estados miembros, es decir a las sociedades democráticamente más avanzadas, como son: La libertad, la Democracia, el Pluralismo, la Tolerancia, la Dignidad humana, la Igualdad, la no discriminación (se cita expresamente la igualdad entre mujeres y hombres) la Justicia, el Estado de derecho y respeto de los Derechos Humanos, incluidos los pertenecientes a minorías, y la Solidaridad. El primer objetivo de la Unión Europea es promover la PAZ, sus valores y EL BIENESTAR DE SUS PUEBLOS.
Europa es actualmente no solo un mercado o una potencia económica, es también el mayor espacio de PAZ y de SOLIDARIDAD del mundo, el modelo europeo consiste en que los poderes públicos garantizan a los ciudadanos los Derechos humanos y unos sistemas de bienestar que promueven la igualdad y la inclusión social. Y además se compromete a “exportarlos” en sus relaciones con el resto del mundo “Contribuirá a la Paz, la seguridad, el desarrollo sostenible del planeta, la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, ... la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos,...

Por supuesto que la constitución no es perfecta, es el resultado de una correlación de fuerzas en un momento determinado, es la que ha sido posible y necesaria en estos momentos, pero no se retrocede en ningún aspecto, se avanza algo en algunos, y se avanza mucho en otros.

Quizás uno de los más importantes sea el reconocimiento de la CIUDADANÍA de la UNIÓN y de los derechos inherentes a la misma, recogidos en el Titulo II y en la Carta de Derechos Fundamentales de la Parte II, junto a la constitución de un Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia sin fronteras donde se garantizará con carácter vinculante el ejercicio de tales derechos (su aplicación ha de darse dentro del principio de subsidiariedad y el reparto de competencias.) la lista es larga y su redacción de las más avanzadas: Respeto a la dignidad humana, derecho a la vida (no a la pena de muerte), derecho a la integridad de la persona, prohibición de la tortura, de la esclavitud o del trabajo forzoso, respeto de la vida privada y familiar, derecho a contraer matrimonio y fundar una familia, protección de datos, libertad de pensamiento, conciencia y de religión, libertad de expresión y de información, de reunión y asociación, derecho a la educación, las ciencias y las artes, libertad profesional y derecho a trabajar, libertad de empresa, derecho a la propiedad, derecho a la información y consulta de los trabajadores, derecho a la negociación colectiva, protección en caso de despido, Seguridad Social y ayuda social, protección de la salud, protección del medioambiente, protección de los consumidores, derecho a una buena administración, derecho a la tutela del Defensor del Pueblo Europeo, derecho a la tutela judicial efectiva, presunción de inocencia y proporcionalidad de los delitos y las penas.

La Ciudadanía es la auténtica “cultura que une” a la Europa Constitucional, no la religión, la lengua, o el patrimonio, cuya diversidad se respetará como una riqueza, pero que no deberán obstaculizar que la Unión fomente la cohesión económica, social y territorial y la solidaridad entre los Estados miembros, hasta eliminar las desigualdades entre los ciudadanos de la Unión.

Naturalmente el tratado por si mismo no es suficiente para conseguir estos objetivos, será necesaria además una voluntad política para desarrollar las políticas de solidaridad mas convenientes, que las fuerzas de la derecha europea no impulsan con la misma fuerza que las de izquierda, pero desde luego el tratado las hace posibles desde este mismo momento.

En este sentido hay que resaltar el principio “casi revolucionario” de la SUBSIDIARIEDAD. El artículo I-11 dice que la delimitación de las competencias de la Unión se regirá por el principio de atribución y que el ejercicio de dichas competencias se regirá por los principios de subsidiariedad y proporcionalidad.

Es decir que la Unión actuará sin limitaciones, solo, dentro de los límites de competencia que le atribuyen los estados miembros (las 5 exclusivas) las demás competencias son compartidas por los Estados miembros y la Unión y en ellas se deberá aplicar el principio de Subsidiaridad por el cual la Unión solo podrá intervenir en el caso de que los objetivos de la acción pretendida no puedan alcanzarse de manera suficiente por los estados miembros, ni a nivel central, ni regional, ni local, es decir solo intervendrá la Unión cuando demuestre que va a mejorar los servicios que se vienen prestando, o regular mejor una materia.

¿Quién tiene que decir que tal o cual legislación, directiva etc. mejora la situación? Cada uno de los Parlamentos Nacionales (o Regionales/ Locales/ etc.) deberán emitir un informe de subsidiaridad, que si no es positivo en 2/3 del total paralizaría el tramite de la propuesta, para volver a comenzar su estudio.
Esto supondrá una “europeización de nuestros parlamentos que deberán estar muy atentos a la elaboración de las normativas europeas y contrastarla con las propias a fin de comprobar si mejoran o perjudican las realidades de cada País, Autonomía, etc.

El objetivo de esta SUBSIDIARIEDAD sería construir un entramado competencial y funcional “en red” de manera que las diversas Instituciones colaboraran en la elaboración de normas y fondos económicos, complementarios y coordinados (una maya tupida y eficaz) para dar solución a los problemas reales de las personas. No olvidemos que se aplican a una serie de competencias (las compartidas) muy importantes como son: La Cohesión económica social y territorial, Agricultura y pesca, Medio Ambiente, Transportes, Política social, Seguridad en Salud Pública, Protección de los consumidores. Estas políticas tendrían como objetivo la promoción de la coordinación y la cohesión, es decir reducir las diferencias entre los niveles de desarrollo de las diversas regiones, así como la solidaridad entre los Estados miembros.

También se consolida (art. I-42) un espacio de libertad, seguridad y justicia, mediante la adopción de leyes y leyes-marco, europeas, destinadas a aproximar las disposiciones legales y reglamentarias de los Estados miembros, fomentando la confianza mutua entre las autoridades al reconocer las resoluciones judiciales y extrajudiciales, así como con la cooperación de los servicios de policía, aduanas, y otros de prevención y detención de infracciones penales. En la parte III se prevé el establecimiento de una política común sobre inmigración, en materia de Asilo, refugiados y personas desplazadas y una cooperación judicial y policial (Europol y Eurojust) en materia penal y civil contra el terrorismo y el crimen organizado. Los Parlamentos nacionales podrán participar en los mecanismos de control político de Europol y de Eurojust.

Otros dos principios que define la Constitución para un mejor funcionamiento de la Unión (titulo VI) son los de IGUALDAD y DEMOCRACIA. Se enuncia explícitamente:“La Unión respetará en todas sus actividades el principio de la Igualdad de sus ciudadanos, que se beneficiarán por igual de la atención de sus instituciones, órganos y organismos.”

“El funcionamiento de la Unión se basa en la DEMOCRACIA REPRESENTATIVA” Los ciudadanos estarán directamente representados en la Unión a través del Parlamento Europeo. Los Estados miembros estarán representados en el Consejo Europeo por su jefe de Estado o de Gobierno y en el Consejo de ministros por sus gobiernos, que serán democráticamente responsables ante sus Parlamentos nacionales.”

“Principio de DEMOCRACIA PARTICIPATIVA” “Las instituciones darán a los ciudadanos y sus asociaciones... la posibilidad de expresar e intercambiar públicamente sus opiniones en todos los ámbitos de actuación de la unión” y... “mantendrán un diálogo abierto transparente y regular con las asociaciones representativas y la sociedad civil” en este mismo art. se regula el Derecho de Iniciativa Legislativa Popular (con un millón de firmas)

Las instituciones de la Unión se definen en el Título IV, con importantes reformas para aumentar el control democrático y la eficacia:
El parlamento es la institución más reforzada. No solo ejercerá conjuntamente con el Consejo la función Legislativa y presupuestaria, sino también elegirá al presidente de la comisión y ejercerá las funciones de control político.
El Consejo Europeo, elegirá un presidente por dos años y medio, para acercar posiciones y preparar los consensos necesarios, tanto en él como en el Consejo de Ministros, muchos de los temas no necesitarán la unanimidad sino que se tomarán decisiones por mayoría cualificada la denominada “doble mayoría” 55% de los Estados y un 65% de los ciudadanos (producto de la doble legitimidad) multiplicando por 6 la eficacia del sistema de Niza La Comisión tendrá la iniciativa de la programación anual y plurianual, podrá gestionar reglamentos delegados, y “gobernarᔠel presupuesto y los programas dela Unión, dando cuenta al parlamento de los mismos.

El Tribunal de Justicia, garantizará el respeto del Derecho en la interpretación y aplicación de la Constitución, y de las demás Leyes de la Unión, controlando la legalidad de los actos de los demás órganos de la Unión.
Además se definen otros órganos como el Banco Central Europeo, el Tribunal de Cuentas, el Comité de las Regiones, y el Comité Económico y Social.

Los españoles vamos a ser los primeros en decidir en referéndum si aprobamos el Tratado Constitucional, a los 18 años de entrar en Europa, nuestra mayoría de edad va a coincidir con la MAYORÍA de EDAD de EUROPA, por primera vez en la historia no solo estamos al compás de Europa sino que podemos estar en las posiciones de Vanguardia.
Los españoles vamos a demostrar que queremos a Europa por que Europa nos quiere, y nos ha posibilitado :
Nuestra Democratización
Nuestro Progreso económico
La construcción de nuestro Estado de Bienestar, y solidaridad
Y nuestro futuro, con las inversiones en infraestructuras de todo tipo, en Educación, Investigación , Innovación y Desarrollo

¡¡ VOTAR POR LA CONSTITUCIÓN EUROPEA ES VOTAR POR NOSOTROS MISMOS !!

Educación y Construccion Europea

Escrito por Miquel Siguan. Es catedrático emerito de la Universidad de Barcelona
LA VANGUARDIA - 05/07/04

Más preocupante todavía que la escasa participación en las pasadas elecciones europeas en todos los países de la Unión es la escasez y la superficialidad de los comentarios que este hecho ha provocado, y la impresión que parece desprenderse de ellos de que se trata de un accidente en el camino pero que, a trancas y a barrancas, la construcción europea sigue avanzando, cuando la verdad es que ha perdido fuelle y que hoy está seriamente amenazada. De manera que vale la pena preguntarse qué es lo que está fallando en un proyecto que en un principio sólo parecía tener ventajas.

Remontémonos a los orígenes. La guerra de l914-1918 fue una tragedia y hubo voces clarividentes que denunciaron que se trataba de una inútil guerra civil entre europeos. A pesar de lo cual un cuarto de siglo después las ansias de revancha y la locura hitleriana desencadenaron una aventura al final de la cual quedó claro que Europa había dejado de ser el eje de la historia mundial para convertirse en mera comparsa. Churchill lo dijo así, y Adenauer y De Gaulle intentaron
superar siglos de enfrentamiento franco-alemán para convertirse en adelantados de una Europa posible. Prescindiendo de retóricas altisonantes y de proyectos utópicos encontraron una tarea que compartir. La zona del Ruhr, emporio de la industria europea y zona tradicional de enfrentamiento entre galos y germanos, estaba amenazada de ruina a medida que la producción metalúrgica se trasladaba a otros países. Así surgió la Comunidad del Carbón y del Acero, que logró enderezar el proceso, un éxito que abrió nuevas posibilidades a la cooperación intraeuropea. En 1957 por el tratado de Roma la CECA se convirtió en la Comunidad Europea. El camino estaba abierto hacia un espacio económico común sin fronteras aduaneras que cada vez englobaba más países y cuyos éxitos eran cada vez más palpables. Cuando en 1992 se firmó el tratado de Maastricht, que convirtió la Comunidad en Unión Europea, el objetivo de la moneda única ya parecía accesible y al
mismo tiempo se sobreentendía que el avance en la unidad económica tendría como consecuencia natural el avance en la unidad política, lo que finalmente se podría plasmar en un texto constitucional que consagraría una Europa definitivamente unida. Hace un tiempo y en vista de las dificultades que encontraba el proyecto se optó por una huida hacia delante, la ampliación de la Unión hasta sus fronteras orientales, lo que en vez de acelerar el proceso lo ha complicado hasta límites que pueden hacer peligrar muchas cosas. Incluso la propia moneda común.

¿De dónde proceden estas dificultades? ¿Por qué los avances evidentes en la unificación económica no se han acompañado de avances paralelos en el orden político? ¿Por qué las estructuras nacionales resultan incapaces de difuminarse en un marco común?

Hablemos claramente: la realidad política actual, en Europa y en todo el mundo, son los llamados estados soberanos. Fue un invento, un gran invento, fraguado en Europa a partir del momento en que las monarquías se impusieron a los señores feudales y al que en la época de la ilustración se le dio una justificación racional, el origen democrático del poder. Si Luis XIV decía “el Estado soy yo”, los revolucionarios decían “el Estado es el pueblo”, pero por pueblo, y éste es el
quid de la cuestión, entendían el pueblo francés. O sea, que el Estado moderno es, o pretende ser, democrático y a la vez nacional y en alguna medida nacionalista. Y ello se advierte claramente en la primera de las funciones públicas que asume este Estado, la enseñanza, una enseñanza que pretende ser democrática en el doble sentido de igual para todos y al servicio de la comunidad, pero una comunidad que es, en primer lugar, la comunidad nacional. Y porque la escuela prepara
ciudadanos de la comunidad nacional, enseña la historia como historia nacional y como resultado de esta historia la cultura nacional, la literatura y el arte que la nación ha producido.

La conclusión de lo que acabo de recordar es fácil de extraer. El realismo obligó a empezar la construcción europea por una unión económica progresivamente más ambiciosa, pero al mismo tiempo el mismo realismo debía haber obligado desde el principio a introducir el futuro europeo como objetivo del sistema educativo en los países que participaban en el empeño.

Algo de ello pensaban los redactores del tratado de Maastricht cuando introdujeron un artículo, el 125, dedicado a la educación y en el que se hace referencia al “desarrollo de la dimensión europea de la educación”, pero, atentos a las reservas que pudieran hacer los firmantes, el redactado del artículo resulta patético. Antes de entrar en materia, aclara que la Comunidad prestará apoyo a los países en materia educativa “con pleno respeto a las responsabilidades de los estados miembros en cuanto a los contenidos de la enseñanza y a la organización del sistema educativo”, y cuando se
trata de especificar en qué consiste la dimensión europea, el punto 2 del artículo cita sólo “el aprendizaje y la difusión de las lenguas de los estados miembros”, y por si la prudencia demostrada no fuese suficiente, todavía el apartado 4 remacha que para cumplir este objetivo el Consejo adoptará “medidas de fomento con exclusión de cualquier armonización de las disposiciones legales y reglamentarias de los estados miembros”. O sea, que los mismo estados
que han aceptado renunciar a una prerrogativa que se consideraba tan distintiva de la soberanía como es el derecho a acuñar moneda, son en cambio de una susceptibilidad enfermiza frente a cualquier posible intromisión de la Unión en su sistema educativo. No ya imponiéndoles ninguna disposición, sino incluso ante cualquier intento de armonizar sus respectivas reglamentaciones.

Y en el mismo tratado, el artículo 128 dedicado a la cultura es todavía más vago y, aunque habla de iniciativas para difundir la historia y la cultura de los pueblos de Europa, añade también la coletilla de que cualquier iniciativa de este tipo debe decidirse por unanimidad y de ningún modo interferir con la plena competencia de los estados sobre estos temas. Y, aun así, la verdad es que estas iniciativas se han quedado en el tintero. La Unión no sólo ha renunciado a que los estados pongan sus programas escolares al servicio de la construcción europea, sino que ha renunciado a promover cualquier ensayo o cualquier reflexión a fondo sobre este tema. El proyecto, hace un tiempo acariciado, de redactar un manual de historia de Europa que pudiese servir de inspiración para textos similares en los distintos países nunca llegó a concretarse; es cierto que los historiadores de los distintos países tampoco mostraron demasiado entusiasmo por el tema
ocupados como están por sus propias querellas nacionales. Y tampoco la Unión ha sido capaz de impulsar instituciones educativas independientes que movidas por un ideal europeísta pudiesen dar el ejemplo de lo que podía ser una educación orientada a la Europa del futuro. Y los particulares que por su cuenta lo han intentado han tropezado con la indiferencia general.

Es sabido que hace unos años Jean Monnet, uno de los auténticos padres de la construcción europea, desilusionado por el curso que tomaban los acontecimientos dijo que, si pudiese volver a empezar, en vez de hacerlo por la economía lo haría por la cultura. No creo traicionar su pensamiento interpretando que por donde realmente habría que haber empezado es por la educación. Quizás todavía estemos a tiempo de rectificar.

La inquietud de Europa

Escrito por Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.
Traducción de News Clips.
EL PAÍS - 23/06/04

Los europeos viven con inquietud unos problemas que se agravan o que no encuentran solución. Pero estos problemas no tienen nada o casi nada que ver con la política europea que se gestiona en Bruselas. No sólo el paro sigue siendo elevado en muchos países y la precariedad laboral aumenta, sino que todo el mundo siente, en Europa y sobre todo en los países en los que el Estado de bienestar (Welfare State) había avanzado más, que hoy es necesario transformar este sistema. Los déficit de la Seguridad Social y de otros organismos obligan a ello; continuamente aparecen nuevos gastos que, a su vez, son prioritarios, como los cuidados a las personas mayores dependientes. Pero nadie quiere -y con razón- abandonar el modelo social europeo que ha hecho que, a fin de cuentas, el estar protegido por un sistema de sanidad y un sistema educativo prácticamente gratuitos represente una ventaja que no tiene casi ningún país del mundo, salvo si está vinculado al sistema europeo, como algunos grandes países de la Commonwealth. Estamos en una fase difícil en la que un Gobierno de derechas corre el riesgo de ser rechazado por la población si aborda cambios en la Seguridad Social o incluso en el conjunto del sector público. Una gran mayoría de la población en Europa desconfía de las soluciones liberales como las que
triunfan en Estados Unidos, aunque todo el mundo reconozca que las medidas más necesarias se codean con unos excesos que hay que corregir en el vasto conjunto de esta política pública. Y la izquierda sabe al menos igual de bien que no puede tocar el "sector público", es decir, precisamente esa gestión estatal del gasto público cuyos efectos son tan negativos, en especial en las universidades y en los hospitales universitarios. El mantenimiento del statu quo es imposible y la vuelta a una gestión liberal de la sociedad lo es tanto o incluso más. La única solución es encontrar nuevos
métodos de gestión del gasto público. Algunos países ya han dado un paso adelante, por ejemplo Holanda, pero en conjunto en ningún lado se ha perfilado un nuevo tipo de intervención pública que permita garantizar a mejor coste unas formas de
protección social al menos tan buenas como antes. Estos problemas son tan difíciles de resolver y el paso de un sistema de intervención pública a otro, saltando por encima del torrente liberal, es tan arriesgado, que los Gobiernos que acometen medidas de este tipo sufren reveses y corren unos riesgos a menudo vitales. Este año, el canciller
Schröder es el que ha pagado el precio más alto, pero se puede considerar que el Gobierno de Jean-Pierre Raffarin, cuyas reformas no obstante han sido hasta la fecha muy limitadas, ha provocado un fuerte movimiento de desconfianza y de oposición hacia sus medidas y sus proyectos.

¿Qué pinta Europa en todo esto? Poca cosa. En cualquier caso, las opiniones públicas no ven una relación, sencillamente porque no saben quién decide, qué se decide y cómo se decide en Bruselas y en Estrasburgo. La integración europea a nivel político y psicológico no sólo no avanza, sino que probablemente esté en retroceso. Hemos visto en la mayoría de los países formarse movimientos nacional-populares, cuya subida es en ocasiones brutal y de vida corta pero que, como en el caso del Frente Nacional en Francia, logran implantarse. Si mañana todos los países organizasen unos referendos
sobre la Constitución, como propone Tony Blair para Gran Bretaña, ¿quién puede asegurarnos que todas las respuestas serían positivas? Analizándolo retrospectivamente, podemos pensar que si todos los países europeos hubiesen tenido
que adoptar el Tratado de Maastricht mediante referéndum, lo que se produjo en Francia con una mayoría del 50,5%, muchos países lo habrían rechazado. No sólo la construcción europea es llevada a cabo de manera no democrática por una alianza de
jefes de Estado y altos funcionarios, a menudo con grandes cualidades, sino que la lógica de la "gente" está cada vez más alejada de la de la Comisión e incluso del Parlamento Europeo. ¿Puede durar esta situación? Seguramente, no. Acabamos de
recibir una advertencia importante: los países del Este, ex comunistas, que habían solicitado con tanto ardor su incorporación a Europa, después de que Polonia se aliase con EE UU de manera espectacular en Irak, acaban de manifestar su falta de interés por Europa al no participar apenas en la elección propuesta. Además, todo el mundo puede comprobar que la situación no va peor, e incluso a menudo va mucho mejor, en los países que no se han incorporado a Europa o que lo han hecho de forma muy parcial, que en los que son buenos alumnos de la Unión Europea. Hay que tomar una decisión rápida: o bien se crea un sistema político europeo con unos partidos europeos y una responsabilidad real de gobierno , es decir, de la Comisión ante el Parlamento Europeo, o bien se admite, con todos los riesgos que esta decisión comporta, que la construcción europea debe seguir desarrollándose en el nombre de una estrategia mundial y no de la satisfacción de las necesidades más inmediatas de los europeos.

Probablemente, el problema de la supervivencia de Europa se planteará durante la presidencia de aquel que sea elegido unos días después de las elecciones. Nadie piensa que se renunciará a todas las medidas de integración económica que se han realizado y que en su mayoría han tenido unos efectos favorables. Pero se abandonará definitivamente el "mito europeo". Incluso ahora que ha sido adoptada la Constitución por los jefes de Estado, hay quien todavía habla de "patriotismo de la Constitución", como lo hacían hace pocos años Jürgen Habermas y algunos alemanes más, que se
comprende fácilmente que deseen reforzar el Estado europeo para protegerse de las desviaciones siempre posibles de un Estado alemán que hizo sufrir a toda Europa en un pasado reciente. La hipótesis más optimista es que Europa evolucione cada vez más hacia una derecha moderada interesada en lograr que el coste social de las transformaciones sea lo menos alto posible, y que al mismo tiempo dé prioridad a la apertura a la economía mundial. Y es sólo después cuando los Gobiernos de los diferentes países podrán hacer avanzar unas reformas cuyo aspecto más desagradable ya haya sido aceptado a nivel de Europa. Pero todavía no estamos ahí y todos hacemos recaer la responsabilidad de nuestra situación a nuestro Gobierno nacional en vez de a Europa. Antes de que se tomen medidas, hay que pedir con insistencia al estado mayor de Bruselas y de Estrasburgo que vuelva a sintonizar con las poblaciones y deje de creer que se puede transformar una situación económica sin preocuparse de las reacciones sociales, psicológicas y culturales de la población. Abramos los ojos: Europa está en su punto más bajo, enferma y amenazada de caer en una impotencia económica que la eficacia administrativa no podrá ocultar.

Más Europa para más europeos

Más Europa para más europeos Escrito por Josep Borrell Fontelles, es Presidente del Parlamento Europeo
El Periodico - 03/01/05

En el año que hemos dejado atrás, la Unión Europea se ha ampliado a 10 nuevos estados, ha decidido abrir negociaciones con Turquía y ha aprobado un proyecto de Constitución. El divorcio transatlántico no se ha resuelto, el Pacto de Estabilidad sigue sin cumplirse ni reformarse y el euro ha seguido subiendo con respecto al dólar.
La ampliación al Este ha sido, en sí misma, un éxito histórico. El pasado 1 de mayo se acabó con el secuestro de la mitad de Europa perpetrado en Yalta y con la triste herencia de Hitler y Stalin. Nunca antes en la historia de nuestro continente tantos estados se habían asociado libremente para gestionar democráticamente sus intereses comunes.
Pero forzoso es reconocer que, con la ampliación, el proyecto de la Unión Europea ha cambiado su naturaleza. Probablemente mucho más de lo que nos dábamos cuenta. Ahora lo estamos percibiendo. Habrá que acostumbrarse a trabajar en una Europa más diversa y más heterogénea. En esta tarea, el Parlamento Europeo tiene un papel especial. Como única institución directamente elegida por los ciudadanos europeos, es el foro adecuado para que se expresen las inquietudes de estos nuevos países, que en ocasiones tienen tintes diferentes a las nuestras. La crisis de Ucrania, por ejemplo, no se ve igual desde Polonia que desde Lisboa.
Los portugueses, españoles y griegos entramos en la Comunidad Económica Europea guiados por el paradigma socialdemócrata centroeuropeo, que conjugaba crecimiento y protección social. Pero para los que ahora llegan el modelo social alemán no les sirve de modelo a seguir. Al contrario, todos quieren ser como Irlanda: mercados laborales desregulados, impuestos muy bajos y elevada inversión extranjera.
Enfrentada al riesgo de la competencia social y fiscal, el éxito real de la ampliación dependerá de que la Unión pueda mantener su política de solidaridad y cohesión. Para ello hará falta que sus recursos financieros estén a la altura de sus ambiciones, teniendo en cuenta que han aumentado mucho los desequilibrios entre los estados miembros.

Ésta es la cuestión que plantean las nuevas perspectivas financieras 2007-2013, que se van a comenzar a negociar en el 2005. Y, desde luego, no será reduciendo el presupuesto comunitario y haciendo más difícil el esfuerzo de solidaridad entre regiones más y menos desarrolladas como Europa se hará más visible a sus ciudadanos.
No es aceptable que cada vez haya más europeos a costa de que cada vez haya menos Europa. Que haya más ciudadanos en la UE exige aumentar los recursos que financian el proyecto europeo, so pena de que su dimensión sólo sirva para diluir su sentido. Desde esta perspectiva, es preocupante que los países que más favorables son a la adhesión de Turquía sean los más opuestos a aumentar el presupuesto de la UE. En esta materia, el papel del Parlamento Europeo será determinante, puesto que su acuerdo es imprescindible para aprobar los presupuestos del periodo 2007-2014. Una razón más para comprender la importancia de esta Cámara, que con la investidura de la comisión de Barroso ha alcanzado su mayoría de edad.
Al mismo tiempo que el euro sube frente el dólar, la productividad de la economía europea sigue disminuyendo con respecto a la de EEUU. Para remediarlo, el próximo año debería ser el de la revisión de la llamada Estrategia de Lisboa. A fecha de hoy, los objetivos que nos propusimos allí en el 2000 están lejos de alcanzarse y la responsabilidad recae esencialmente en los estados miembros.
Por poner un ejemplo, de las 40 directivas que guardan relación directa con estos objetivos, sólo siete se han transpuesto en todos los estados. Para hacerla más efectiva, convendría cambiarle de nombre, porque con el de Estrategia de Lisboa nadie sabe de lo que estamos hablando. Habría que bautizarla Estrategia para la competitividad, la cohesión social y la protección del medio ambiente, que es de lo que se trata. Sólo haciéndola comprensible podemos pretender hacer de ella un instrumento para mantener el modelo europeo, combinando la eficacia económica, la justicia social y un medio ambiente sostenible. Esos deberían ser los elementos característicos y diferenciales del proyecto político europeo.

PARA consolidar ese proyecto, el año 2005 nos traerá los primeros referendos de ratificación de la Constitución Europea. En España, el 20 de febrero. Ese proceso de ratificación, que se extenderá a lo largo de los dos próximos años en toda Europa, será una gran ocasión de hablar de más Europa a más europeos.
Las opciones son claras: una Europa políticamente integrada y más fuerte con la nueva Constitución o un continente que se vería frustrado ante el fracaso del intento más serio de unión política que nunca ha tenido.
Con la decisión sobre Turquía hemos dado un paso histórico, y el Parlamento europeo votó a favor de hacerlo. Empezamos un largo proceso que se prevé pueda durar 15 años o más. Las negociaciones con Turquía puede que no conduzcan finalmente a su adhesión, pero éste es el objetivo aunque la opinión en algunos países, Austria y Francia por ejemplo, sea hoy muy contraria. Turquía necesita aún grandes cambios antes de poder entrar en la Unión Europea.
Y todos deberemos realizar un intenso esfuerzo de explicación que evite los estereotipos, la caricaturización y los malentendidos históricos que nos separan. Pero antes de que la Unión englobe a más europeos, tendremos que superar muchos de los problemas que nos impiden tener más Europa. Éste es el gran reto del 2005. En definitiva, un 2005 lleno de desafíos para la Unión Europea.

La democracia a escala europea

La democracia a escala europea Escrito por Josep Borrell Fontelles. Presidente del Parlamento Europeo.
EL PAIS 19-11-04

Al valorar un acontecimiento importante, todos abusamos en ocasiones del término "histórico". Sin embargo, se ha utilizado de forma oportuna para calificar el papel inédito desempeñado por el Parlamento Europeo en la formación de la nueva Comisión presidida por José Manuel Barroso.

En efecto, el 27 de octubre, el presidente Barroso comprendió que no tendría un apoyo político suficientemente fuerte y pidió un aplazamiento para remodelar su propuesta de Colegio de Comisarios.

Y el 18 de noviembre, el Parlamento Europeo invistió a la nueva Comisión de Barroso por 449 votos a favor, 149 en contra y 82 abstenciones. ¿Qué enseñanzas cabe extraer de este momento importante de la democracia parlamentaria europea?

En efecto, el 27 de octubre, el presidente Barroso comprendió que no tendría un apoyo político suficientemente fuerte y pidió un aplazamiento para remodelar su propuesta de Colegio de Comisarios.

Y el 18 de noviembre, el Parlamento Europeo invistió a la nueva Comisión de Barroso por 449 votos a favor, 149 en contra y 82 abstenciones. ¿Qué enseñanzas cabe extraer de este momento importante de la democracia parlamentaria europea?

Antes del 27 de octubre, numerosos comentaristas se referían a las comparecencias como el simple e inútil formalismo de un Parlamento considerado como un "tigre de papel". Después se ha hablado de "crisis institucional". No puedo sino rechazar este análisis. A mi modo de ver, ni las comparecencias eran un formalismo ni el rechazo a la Comisión de Barroso ha abierto una crisis. Hay crisis cuando se produce una situación imprevista, de la que no se sabe cómo salir. En este caso se dio una situación nueva pero perfectamente previsible. Se hubiera producido tarde o temprano. Y la situación se ha resuelto en un plazo muy breve, inferior a un mes.

Todos los países de la Unión Europea practican una democracia parlamentaria. Su principio fundador, el mismo que la define en derecho constitucional, es el de la responsabilidad del poder ejecutivo ante el poder legislativo. Lo cual significa que el primero no puede existir ni subsistir sin la confianza del segundo. En cada uno de los Estados de nuestra Unión, la construcción de la democracia ha pasado de este modo por momentos cruciales en los que se ha ejercido este derecho fundamental de los representantes. A escala europea, nuestros textos fundadores, los tratados por los que se rige nuestra Europa, han ido adoptando progresivamente este mismo principio. Desde su revisión en Amsterdam, en 1997, se requiere expresamente esta confianza del Parlamento Europeo. Éste inviste en primer lugar al presidente de la Comisión y, a continuación, a la Comisión en su totalidad. Este poder de investidura establece el nexodemocrático vital entre las elecciones y la Comisión Europea, el "Gobierno de Europa". La Constitución europea, sobre la que se pronunciarán todos los países, después de Lituania que acaba de hacerlo, lo refuerza.

Algunos creían y deseaban que este poder fuera una mera formalidad. ¿Pero qué democracia europea estaríamos construyendo paso a paso si el poder atribuido no se ejerciera realmente? Una democracia de fachada. ¿Qué sería este Parlamento Europeo elegido por sufragio directo de los ciudadanos, si se limitara a obedecer las órdenes de los Gobiernos nacionales? Una Cámara de registro. ¿A qué equivaldría el examen parlamentario de las capacidades y opciones políticas de los candidatos a comisarios, mediante comparecencias públicas, si se respaldara a dichos candidatos independientemente del resultado de este trabajo democrático? A una tertulia más o menos entretenida. Un examen final sin posibilidad de penalización.

El debate se ha centrado en gran medida, aunque no exclusivamente, en temas de sociedad extremadamente sensibles: la cuestión crucial de la política de asilo y de inmigración, el papel de la mujer en la vida familiar y profesional, la no discriminación de las personas en razón de sus preferencias sexuales, y la relación entre ética y política. En una Europa que acaba de dotarse de una Carta de los Derechos Fundamentales, es normal que se sometan a debate este tipo de asuntos. Pero el Parlamento Europeo jamás ha discriminado a nadie por sus creencias. Si un no creyente o un musulmán se hubiera expresado de la misma manera, hubiera generado el mismo rechazo.

El Parlamento Europeo ha desempeñado su cometido institucional y político, nada más y nada menos. Era normal, por otra parte, que se expresaran opiniones a favor o en contra de las posiciones expresadas por algunos comisarios. El Parlamento estaba objetivamente dividido, pero independientemente de las apreciaciones de cada uno sobre uno u otro comisario designado, todo el mundo está de acuerdo hoy en que su papel institucional se ha visto reforzado. En el debate que tuvimos el 17 de noviembre, la casi totalidad de los presidentes de los grupos políticos, el mismo presidente Barroso, así como el presidente del Consejo Europeo -primer ministro de los Países Bajos, señor Balkenende-, se expresaron en este sentido.

Del mismo modo, e independientemente de las opiniones al respecto, el debate ha demostrado que nuestra Unión, más allá de sus características económicas, se basa en valores fundamentales comunes. Creo sinceramente que el Parlamento ha contribuido a reforzar los valores en los que se fundamenta Europa.

Esto se reflejó además en la onda expansiva de los debates del Parlamento Europeo. Nunca anteriormente la formación de una Comisión había suscitado tanta atención pública, tanta cobertura de los medios de comunicación, ni tanta atención de los propios ciudadanos. A menudo se oye el reproche de que "Bruselas" o "Estrasburgo" forman un universo cerrado, incomprensible, técnico.

No podemos sino alegrarnos de que haya pasado a ser abierto, accesible, político. Es mi deseo que la vida política encuentre otras ocasiones de centrar sus debates en el escenario público europeo. De este modo habrá más ciudadanos que participen en las elecciones europeas.

Sería erróneo interpretar estos acontecimientos como una lucha de poder entre la Comisión y el Parlamento. Cada una de estas dos instituciones sabe perfectamente que no le interesa debilitar a la otra. Al contrario. Europa necesita un Parlamento creíble y una Comisión fuerte. Hoy los tenemos más que ayer. Su complementariedad proviene, en primer lugar, de la experiencia de las democracias nacionales. Los Parlamentos vivos y poderosos son aquellos que saben trabajar en sinergia con los Gobiernos, de tal manera que cada una de las partes pueda ejercer plenamente su función. La debilidad de los Gobiernos de la IV República en Francia, o de las primeras décadas de la República Italiana, repercutió sobre los Parlamentos correspondientes, arrastrando incluso en ocasiones al propio régimen. Un ejemplo contrario lo constituyen el Congreso estadounidense, que goza de poderes considerables, independientemente del poder presidencial, la Cámara de los Comunes y otros muchos Parlamentos nacionales de nuestra Europa, que cumplen plenamente con su cometido legislativo y de control, apoyando al mismo tiempo a un Gobierno mayoritario y estable.

A esta primera razón se añade otra, específicamente europea. En toda la historia de la construcción europea, casi siempre han actuado de forma concertada. Ambas instituciones encarnan el interés general europeo. Ambas extraen su legitimidad de la superación de las consideraciones nacionales. Los comisarios proceden de los Estados, pero han de mantener su independencia frente a ellos. Los diputados al Parlamento Europeo se eligen en los ámbitos nacionales, pero acto seguido pasan a formar parte de grupos políticos europeos, donde se mezclan y superan las nacionalidades.

Durante los acontecimientos que han marcado este otoño, el Parlamento nunca ha tenido la voluntad de debilitar a la Comisión. Y al final habrá logrado una Comisión reforzada. Reforzada, porque se beneficia de una investidura mucho más amplia de la que quizá hubiera podido obtener la primera Comisión propuesta. Reforzada, porque las modificaciones que se han introducido permiten una mejor adecuación entre competencias y capacidades incluso si algunos grupos políticos y diputados individuales no las han considerado suficientes. Reforzada, porque la opinión europea, canalizada a través de los representantes electos europeos, se ha expresado. ¿Y qué es la democracia sino el gobierno de la opinión, la conducción de la política en función de la voluntad del pueblo? A escala nacional, todos, o casi todos, están ahora convencidos de ello. Y ya era hora de que esto también se plasmara a escala europea.

Por una Europa política, social y ecológica

Escrito por José Vidal-Beneyto, catedrático de la Universidad Complutense
y editor de Hacia una sociedad civil global.
EL PAÍS - 06-11-04

El avance de la construcción europea en el último medio siglo ha sido extraordinario. En 47 años Europa se ha convertido en una de las primeras áreas económicamente integradas del mundo, y los parámetros que expresan su capacidad comercial, industrial y de servicios, la potencia de su economía de conocimiento, su arsenal tecnológico e informático, así como sus niveles cuantitativos y cualitativos de consumo, la sitúan en el pelotón de cabeza. Europa merece, sin posible discusión, el apelativo de gigante económico con que se la distingue. Ese logro excepcional ha venido sin embargo acompañado de los estragos y destrozos característicos del modelo que lo ha hecho posible: permanentización del paro, destrucción del medio ambiente, generalización de la exclusión social, oligopolización empresarial, despilfarro de los recursos, precarización del mundo del trabajo, dualización de la sociedad, ruptura de los vínculos societarios, implosión de la solidaridad.

Con todo, la carencia más importante del proceso que convirtió a la Unión Europea y a sus 15 miembros en superpotencia económica ha sido la dimensión política, no sólo porque durante ese largo lapso temporal no se haya logrado crear un verdadero espacio político conjunto, sino porque se ha impuesto la creencia de que sólo la renuncia a una Europa políticamente unida nos permitía promover y consolidar la construcción europea. El debate entre federalistas y funcionalistas a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, los primeros con su apuesta por un planteamiento político frontal y los segundos privilegiando los procesos y los proyectos de dominante económica, y la absoluta victoria de los funcionalistas, han sido determinantes para la renuncia a los grandes proyectos y el abandono de los objetivos políticos, siguiendo la doctrina de los pequeños pasos y la de que no hay progreso institucional sin rentabilidad económica.

Las designaciones de Mercado Común o Comunidad Económica Europea con las que se quería avanzar hacia la Europa Unida fueron expresión de la tentativa de anclar el destino de la construcción europea en tierra exclusivamente económica. Los sucesivos descalabros de los proyectos específicamente políticos, tales como la Comunidad Europea de Defensa en la primera mitad de los años cincuenta, los dos planes Fouchet en la segunda mitad de la misma década, el Informe de Tindemans en los setenta y el proyecto de la Comisión institucional del Parlamento Europeo presidida por Altiero Spinelli en los ochenta confortaron la creencia de que la vía política no era practicable. Jacques Delors hizo suya esta opción, y el Acta Única y las diversas iniciativas que la siguieron, bajo la feroz vigilancia de Margaret Thatcher, se situaron todas en la estricta ortodoxia funcionalista.

Pero hoy, con 25/30 Estados miembros, tan diversos en historia y sensibilidad y con intereses no sólo distintos, sino en ocasiones tan antagónicos, con el peso cada vez mayor de las multinacionales en la actividad económica y con la permanente voluntad interventora de los Estados Unidos en la vida políticoeconómica mundial, la opción económica y la vía funcionalista han agotado sus posibilidades y no pueden ya dar más de sí. Es la hora política de la Unión Europea, que coincide con el lanzamiento de una Constitución que será el marco jurídico-institucional de su estructura y funcionamiento internos y el soporte de su acción exterior. Toda Carta Magna es siempre la gran ocasión de que dispone una Comunidad para que sus ciudadanos digan, a través del proyecto de que es portadora, quiénes son, de dónde vienen y adónde quieren ir. Por eso, una Constitución que no es ciudadanamente constituyente está viciada de origen.

La Constitución que nos han producido los gobiernos procede de una manera esquizofrénica. Por una parte nos presenta un catálogo de principios y valores sin jerarquizar -pluralismo, tolerancia, justicia, solidaridad, no discriminación, libertad, igualdad, Estado de derecho, dignidad, derechos humanos- que corresponden plenamente al universo simbólico de la democracia actual y han sido incorporadas en consecuencia al acervo más inmediato del pensamiento único. De ellos deriva un censo de objetivos con el mismo nivel de obviedad y de circulación aplaudida: paz, seguridad, desarrollo sostenible, solidaridad y respeto entre los pueblos, eliminación de la pobreza, comercio libre y equitativo, conformidad con el derecho internacional.

Es difícil apuntar más alto y a ese pintoresco vendedor de Europa que es Rifkin -El sueño europeo: cómo la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano, Paidós, 2004- no le va a resultar fácil mejorar las excelencias programáticas de la Constitución europea. Pero por otra, en la parte tercera, cuando entran en las disposiciones concretas, se olvidan de sus ilusiones y se centran en celebrar la competitividad y en asegurar la estabilidad de los precios, prohibiendo cualquier restricción al movimiento de capitales sin ni siquiera abordar los dumping social y fiscal ni prever ningún tipo de política económica o comercial común. La solidaridad desaparece del horizonte de lo normativo y sigue flotando como un valor que no encuentra ningún acomodo dispositivo, ni en el marco de la Unión ni en el de los Estados miembros.

El texto que se nos somete, elaborado y aprobado, como ya sucedió con la
Constitución española, de espaldas a la calle y secuestrándola a la sociedad civil y a la opinión pública, aunque en esta ocasión los privilegiados de Internet hayan podido tener acceso a él, y con una presencia sólo indirecta y representada de los ciudadanos, responde exclusivamente a la lógica de los Estados y a su obsesión cratológica. Lo que explica que la única gran discusión sobre su contenido se haya centrado en el poder que se reconoce a cada uno de ellos y en las modalidades que se atribuyen a ese reconocimiento. Pero esa voluntad de mando y control no se confina en el presente, sino que se extiende además a la política futura de la Unión, que se quiere que siga rigiéndose de acuerdo con las preferencias ideológicas y las decisiones políticas de los gobiernos que han presidido a su redacción y firma.

Sobre todo, que nada pueda cambiar. Lo que tenía que conducir a una Constitución de acuerdos mínimos y además irreversibles. De aquí que todas las cuestiones importantes y conflictivas se hayan sometido al régimen de la unanimidad o de la mayoría cualificada, impidiendo que, en un contexto institucional con tantos miembros como tiene ya la Unión Europea, pueda alcanzarse cualquier amplia coincidencia. Todo lo cual equivale, por tanto, a echarle siete cerrojos no ya a una eventual reforma de la Constitución, sino a cualquier proceso decisorio en los temas más debatidos. Con un fino sentido del humor, algún tratadista ha llamado a este planteamiento y a sus prácticas, federalismo intergubernamental.

Por ello lo grave no es remachar ahora el modelo económico del monetarismo liberal conservador y confirmar la autonomía y los poderes, prácticamente absolutos, del Banco Central Europeo, sino que cuando cambien el primado ideológico y la dominante política de los gobiernos que los han impuesto, bastará que algunos Estados sigan defendiendo ese modelo, que tan poco tiene que ver con el modelo europeo de sociedad, para que sea prácticamente inmodificable. Del mismo modo, lo grave no es que los grandes objetivos de la Europa social –el derecho al trabajo, el pleno empleo, la eliminación de la precariedad, la renta mínima garantizada- no figuren hoy en el Tratado, sino que será suficiente que, en el futuro, un solo Estado se oponga, para que tengamos que seguir renunciando a ellos.

Lo grave no es que la disparidad fiscal entre Estados que consagra esta Constitución instale en el cogollo mismo de la construcción europea la injusticia como base de la realidad socioeconómica, sino que esa injusticia la hagan algunos Estados muy difícilmente eliminable. Lo grave no es que Europa renuncie a ser la conciencia ecológica del mundo y el verdadero impulsor del desarrollo sostenible, sin el cual la aceleración de la degradación de nuestro planeta es inevitable, sino que esa renuncia resulte definitiva. Lo más grave de todo no es ya que Europa no pueda tener, en estos tiempos de guerras, una política exterior de paz, autónoma e independiente de los Estados Unidos que en el segundo mandato Bush aumentará previsiblemente sus obsesiones bélicas y el número de víctimas civiles -según la revista británica Lancet, más de 100.000 en Irak sólo en el año 2003-, sino que será prácticamente imposible -gracias a la unanimidad y a la OTAN- poner fin a ese seguidismo guerrero.

No se me escapa que no era fácil, en las circunstancias actuales, hacer coincidir en los objetivos citados a la totalidad o incluso a la mayoría de los Estados europeos. Precisamente por eso es necesario exhortar a quienes comparten esas metas -Estados, Gobiernos y organizaciones políticas y sindicales y, sobre todo, ciudadanos y actores colectivos de la sociedad civil- para que, sin esperar al resultado del proceso ratificador del Tratado constitucional en Europa, se movilicen con el fin de promover una opinión pública que, más pronto que tarde, las reivindique e imponga. En un paisaje de violencia unánime y celebrada, de permanentes enfrentamientos bélicos, de saqueo del planeta y de enriquecimiento y hedonismo sin límites, la razón de ser de la Unión Europea no puede ser aumentar el comercio mundial y asegurar una competitividad sin barreras, sino intentar reconciliarnos con el medio natural, promover el bienestar de los países, consolidar la solidaridad con las personas y contribuir a la paz del mundo. Para esos cometidos la Europa política, social y ecológica es absolutamente imperativa.

Confieso no saber que votaré

Confieso no saber que votaré Escrito por Jose Antonio Marina
es Filosofo
El Mundo 21/11/04

EL PENSADOR se ha enfrentado a una de las pruebas más difíciles: leer, por encargo de CRONICA, la Constitución Europea, que votaremos en febrero del año próximo. La primera paradoja es que la nueva ley de leyes deberá organizar la vida de los ciudadanos europeos, aunque no se sabe con certeza qué es Europa. El filósofo sentencia que la consulta popular le parece precipitada


No soy jurista, ni politólogo, ni político. Soy un observador comprometido con lo que pasa. Y lo que está pasando, por debajo de la espuma de la actualidad, de los rifirrafes partidistas, de los estremecimientos efímeros, es un soso maremoto: la invención consciente de una comunidad política, Europa. Ya sé que todas las comunidades políticas han sido inventadas, puesto que no existen esencias nacionales caídas de un cielo platónico, pero casi siempre se han constituido por azares históricos, no a partir de un proyecto reflexivo y voluntario. Acaso el único precedente duradero de este tipo de creación sean los Estados Unidos de América.

Dentro de un par de meses tendré que votar la Constitución Europea, y ando sumido en una molesta perplejidad, porque no tengo las ideas claras. Para salir de tal estado voy a intentar explicarme a mí mismo de qué va la cosa. Este artículo es, pues, el esfuerzo de un ignorante que quiere dejar de serlo, no la lección de un experto.

¿Por dónde empezaré mi análisis? Sé lo que es una Constitución: la norma de superior nivel que organiza la vida de un Estado.Pero, en cambio, no sé con certeza lo que es Europa. Todavía en el siglo XIX los geógrafos discutían si era más riguroso hablar de Eurasia, un continente ómnibus.

A falta de una divisoria clara, Europa tiene que definirse por un rasgo cultural. Pero ¿cuál elegiremos? ¿El derecho romano, la racionalidad griega, la influencia cristiana, la defensa de los derechos humanos, un cóctel de todos? El asunto plantea problemas serios, porque: ¿podemos decir que Rusia sea Europa? ¿Y Turquía? La Constitución no aclara este asunto. Habla sólo de «pueblos europeos», que comparten una civilización común, aunque diferenciada.

La Constitución Europea tiene una característica sorprendente: no se dirige a un territorio delimitado, sino a un país de geometría variable, por eso permite nuevas incorporaciones. Es una invención política definida por unos valores, un vigoroso proyecto político que emerge a partir de una Europa previa, que no existe más que como vaga entidad cultural anclada en una geografía dudosa. Jean Monnet, uno de los autores del invento, era consciente de la situación. «El problema», dijo, «es que Europa no ha existido nunca». Robert Schumann, ministro de Asuntos exteriores francés, remachó el clavo en 1950: «No hubo Europa y tuvimos la guerra.Esta propuesta pondrá las primeras bases para una federación europea indispensable para el mantenimiento de la paz».

AUTISMO POLITICO

Las naciones europeas han sido siempre belicosas, basta observar su terrible palmarés del siglo XX. Las dos guerras mundiales fueron en realidad guerras europeas. La Constitución es, en su esencia, un instrumento para la paz. Pero esto, naturalmente, es un propósito demasiado vago.

Me atrevo a decir que nunca un proyecto social se ha explicado de una manera tan torpe y disuasoria. Para ser exactos, no se ha explicado. Los políticos son propensos al autismo funcional, a vivir en una onda diferente a la del ciudadano. Cuando se elaboró la Constitución de Estados Unidos, que debía ser refrendada por el pueblo, comenzó un intenso debate, de gran altura intelectual.Por ejemplo, tres de los padres constituyentes, Alexander Hamilton, James Madison y John Hay, escribieron 85 artículos periodísticos para explicársela al pueblo de Nueva York. Se publicaron con el título El Federalista, y todavía se estudian en todas las cátedras de Derecho constitucional del mundo. La europea ha sido una «Constitución furtiva», como dice el título de un reciente libro de Xavier Pedrol y Gerardo Pisarello.

HECHO CONSUMADO

En este momento nos vemos abocados a un referéndum sobre una constitución lejana y desconocida, que se nos presenta -en 448 artículos -casi como un hecho consumado. Si se vota sí, ¿a qué se dice sí? ¿Y si se vota no a que se dice no? The Economist, al anticipar los sucesos más relevantes del año próximo, escribe: «La Unión Europea ha sido construida por elites, pero 2005 será el año de la Europa del pueblo. Una nueva Constitución, redactada durante dos años por los líderes políticos, será sometida a referéndum en varios países. La colisión entre la elite que hizo el proyecto y la opinión pública puede ser violenta, y tal vez peligrosa para la Unión».

Los 25 gobiernos se han dado dos años de plazo para ratificar la Constitución, tras su firma en octubre pasado. Cada país debe elegir si prefiere una ratificación por su Parlamento, o someterla a referéndum. España ha elegido un referéndum, lo que me parece bien, y un referéndum precipitado, lo que me parece mal, porque deja poco espacio para el debate. Los dos grandes partidos están de acuerdo con la Constitución, por lo que el refrendo parlamentario hubiera sido fácil, pero si el referéndum popular resulta negativo, podría entenderse como una desautorización del Parlamento, como una demostración de que la ciudadanía y los representantes legítimos de la ciudadanía pueden no ir por el mismo camino.

Holanda también ha elegido el referéndum, y aunque en los últimos tiempos se despereza el no, probablemente su voto será afirmativo.Alemania duda entre ambos procedimientos.

Pero el problema serio puede provocarlo Francia, Polonia o Inglaterra.La Constitución debe aprobarse por unanimidad, de modo que si un solo país la rechaza, la Unión seguirá rigiéndose por las normas actualmente en vigor.

Lo que complica el asunto es que la Constitución culmina un larguísimo proceso, que se difumina en la memoria. Como está jalonado con nombres de ciudades, haré una especie de turismo preconstitucional.Todo comenzó en Roma, en 1957, con la creación de la Comunidad Europea, y terminó en Roma, en el 2004, con la firma de la Constitución.Entonces intervinieron seis países, y ahora 25. Para evitar susceptibilidades, se comenzó con una política de acuerdos puramente económicos.

Varias ciudades destacan en el trayecto:

- Maastricht, 1992. Se dice adiós a las Comunidades y hola a la Unión Europea. Se esboza el proyecto político. Se habla de unidad de moneda, de política exterior y de seguridad, aparecen los fondos de cohesión y el concepto de ciudadanía europea.

- Niza, 2000. Se discute sobre el poder de los estados miembros.

- Laecken, 2001. Se crea una Convención para iniciar los trabajos constituyentes, presidida por Giscard d'Estaing, en la que están representados el Parlamento europeo y los distintos países. Por España intervinieron Alfonso Dastis, Iñigo Méndez de Vigo, Ana Palacio, Carlos Bastarreche, Gabriel Cisneros, y Josep Borrell.Tal vez me olvide de alguien. Los debates nunca interesaron a la opinión pública. Se discutió el tema de la soberanía, claro está, y hubo propuestas confederales y federalistas. Al final se llegó a un «federalismo intergubernamental», una solución híbrida que pareció satisfacer a todos.

La Constitución me parece innovadora. La Unión no tiene derechos sobre ningún territorio. No puede imponer tributos a los ciudadanos.Aunque formara un a Fuerza de Acción rápida, los gobiernos nacionales seguirían teniendo el control de sus propias fuerzas armadas.

La anatomía de la Constitución es fácil de diseccionar. Tiene cuatro partes. La primera trata de la definición y los objetivos de la Unión Europea, las competencias e instituciones. Afirma que «coordinará las políticas de los Estados miembros», no que las sustituirá.

La segunda parte incluye la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE, aprobada en 2000. Me gusta su comienzo: «Los pueblos de Europa, al crear entre sí una unión cada vez más estrecha, han decidido compartir un porvenir pacífico basado en valores comunes». Estos son la dignidad, la libertad, la igualdad, la solidaridad y los derechos ciudadanos.

La parte tercera, con mucho la más larga, estudia minuciosamente el funcionamiento de la Unión, las políticas interiores y exteriores, y las instituciones políticas y financieras. Por último, la cuarta recoge una serie de disposiciones y protocolos finales.

Después de haberla leído, ¿tengo ya claro mi voto? No. Primero quiero ver las críticas que manifiestan los partidarios del no.Las más serias -por ejemplo, las de los socialistas franceses Henri Emmanuelli y Laurent Fabius, o en España de José Vidal-Beneyto, Pedrol y Pisarello, o representantes de Izquierda Unida- se centran en dos aspectos enlazados entre sí.

Primero: Acusan a la Constitución de imponer un modelo liberal, economicista, mercantilista, que consagra una sociedad injusta.

Segundo: en la práctica resulta inviable el cambio de la Constitución por lo que sólo hay una alternativa: o aceptar ese modelo, o salirse de la Unión, como está previsto en el artículo I-59.

EL SUEÑO EUROPEO

¿Tienen razón estos críticos? Para disponer de más información he leído a un defensor un poco atípico -el estadounidense Jeremy Rifkin- que considera que el «sueño americano» debe ser sustituido por el «sueño europeo», más vigoroso y justo. «Buena parte del texto constitucional», comenta, «está dedicado a los Derechos humanos, que van mucho más allá de los derechos contenidos en el Bill of rights americano. Pocos países fuera de Europa estarían dispuestos a suscribir la mayoría de los derechos humanos que garantiza la nueva Constitución de la UE. En este sentido, la UE se ha adelantado indiscutiblemente a los demás regímenes del mundo en la defensa de los derechos humanos».

Creo que Europa debe protagonizar un nuevo modo de hacer política interior y exterior. Para conseguirlo tiene que alcanzar una eficacia económica compatible con un sistema de protecciones sociales. Necesitamos una Europa de la justicia, no de la sopa boba.

El proyecto europeo, como la democracia en general, es un proceso arduo y grande. No basta con buenos principios. Hace falta una capacidad de trabajo, de generosidad y de creación. La Constitución consagra «el desarrollo sostenible de Europa basado en un crecimiento económico equilibrado, un sistema social de mercado altamente competitivo, tendente al pleno empleo y al progreso social, y una protección y mejora de la calidad del medio ambiente». Quiere combatir la discriminación social y fomentar la cohesión económica.Y algo muy importante: «Contribuirá a la paz, seguridad y desarrollo sostenible del planeta, la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos».

QUÉ VOTAR

Este es un bello papel para Europa. La música constitucional me suena bien. Demostrar que se puede unir la prosperidad y la justicia es un empeño noble y difícil, en un mundo ferozmente competitivo donde se prestigia la fuerza. No sé si tendremos el suficiente talento. Y tampoco sé si las normas concretas, los reglamentos, la letra pequeña de la Constitución Europea favorecen este modelo de sociedad. Por eso, todavía no puedo decidir mi voto. Espero que el debate comience y que todos podamos tenerlo claro antes del referéndum. Cuando lo sepa, les diré lo que pienso votar.

Nosotros, los europeos

Nosotros, los europeos Escrito por Suso de Toro
El Pais - 10-12-04

Se acabó la época en que se podían hacer pronósticos; el futuro es esa estepa abierta y azotada por los vientos que nos aguarda inexcusablemente. Igual que a principios del siglo XX el nacimiento de la URSS, con la expectativa de una revolución internacional, y las dos guerras mundiales aspiraron a remodelar el mundo, hoy los EE UU han emprendido la tarea de dibujar un nuevo orden total: adueñarse del planeta. Naturalmente que sus flotas ya controlaban todos los océanos del planeta, y que tenían bases en todos los continentes, y que sus satélites militares eran dueños de la estratosfera, y que controlaban la información mundial e incluso nuestra imaginación gracias a su industria ideológica. Pero ahora ha venido todo esto, exigen al mundo que se rinda. La alternativa a la rendición es Irak. ¿Necesitamos que se expresen más claro?
La locura puede comenzar cuando el lenguaje no se corresponde con la realidad; en ese momento tenemos que optar por el lenguaje, por la realidad o por permanecer paralizados y desgarrados. La Administración de Bush seguirá expresándose con dos tonos: un tono, sin ambages, dirigido a su población a través de sus medios de comunicación domésticos expresando que gobiernan el mundo por designio de Dios y que no tendrán piedad con quien se oponga, y otro tono, filtrado por diplomáticos, para consumo externo donde hablan de imponer la democracia a sus enemigos por su propio bien. La realidad interna es una sociedad donde la información ha sido militarizada, donde las libertades personales están bajo sospecha y vigiladas, y donde la cadena Fox lidera un mapa de comunicación en que los ciudadanos contemplan cada día cómo se celebra esa utopía nacionalista e imperialista: sus soldados asaltando casas y matando enemigos. Y la realidad externa es Afganistán, Irak, el intento de liquidación de la ONU, los campos de concentración donde viven los palestinos, Guantánamo..., y ahí está Faluya destruida, como las bíblicas Sodoma o Gomorra, por sus pecados. Realmente, aunque mantengan la costumbre de saludar dando la mano sin insultar directamente, no se le puede reprochar a la Administración de Bush que se exprese con ambigüedad, son claros: o nos sometemos o nos castigarán. Éste es nuestro tiempo y éste es nuestro mundo. Y no hay otro, excepto los paraísos imaginarios que puedan crear ideologías estupefacientes.
Y esos exégetas de la política neoimperial que se dedican a inventar matices humanitarios o ventajas de la sumisión, o son memos o simplemente trabajan para ellos. Al final acabarán consiguiendo unas clases en una universidad americana y el privilegio de lamerle las botas a Bush. No, no debemos participar en la destrucción de países y poblaciones, no tiene razón quien dice que nuestros soldados debieran seguir allí, saltando sobre los escombros ensangrentados de Faluya. Es un crimen para el que no hay coartada humanitaria. Y tampoco hay beneficios en la sumisión, salvo el placer masoquista de sentirnos miserables y de dejarnos despojar de nuestros bienes para alimentarnos luego con las migajas que le sobren a Haliburton.
Podemos darle las vueltas que queramos y expresarnos con circunloquios, pero sí, el planeta está en un trance. Y sólo China y quizá Europa parecen tener posibilidades de ofrecer resistencia al modelo norteamericano. El mundo unificado se ha racionalizado, simplificado, tanto, que la diversidad, la oferta, es muy escasa. Nosotros, los europeos, sólo podemos escoger entre la derrota o Europa. No hay más. Abramos los ojos, no hay menú a la carta.
Pero es que lo que podemos escoger los europeos no es un mal menor, sino una utopía. Crear una Europa política no es tampoco un paraguas protector que atenúe el granizo que cae, sino un horizonte expansivo. Pero estamos en un momento en que la civilización se está remodelando, en que afrontamos procesos políticos, ideológicos y sociales de envergadura, y para hablar de eso no podemos utilizar el lenguaje de una política trivializada en que la mezquindad con el vecino, y hacia nosotros mismos, son la moneda que circula. Europa, poseída por ideologías irracionalistas y desaforadas, ha vivido traumas en el siglo XX, hoy la conciencia de los europeos está aún insegura y desconcertada. Parece que sólo nos cabe el ir viviendo día a día, el ir resolviendo los problemas según se nos presentan. Y recelamos de apostar por algo que sea ambicioso, y desde luego legítimo. Los europeos han olvidado soñar, imaginar. Pero el sueño es lo que fecunda la vigilia (siempre que la noche se mantenga en su límite y no invada el día).
Los europeos vemos nuestros defectos, no diré que demasiado bien, pues nunca es demasiado, pero somos incapaces de ver al tiempo nuestras virtudes y logros. Ha sido Europa quien unió los océanos, quien circunvaló el planeta, quien levantó el mapa de los continentes; en otras palabras, quien "globalizó". Europa ha desencadenado las terribles guerras entre naciones, pero antes ha creado la idea de nación, y las ideas que van inextricablemente unidas para bien o para mal a ella, el ciudadano y el Estado. Europa ha parido ideologías milenaristas totalitarias, pero también las utopías de un mundo justo donde la dominación y explotación no tuviesen asiento. Europa es responsable y beneficiaria de antiguos imperios coloniales que aún conservan vestigios importantes, pero también es la cuna de las ideologías que alimentaron el anticolonialismo. Desde dentro de la misma cultura europea se han cometido tremendos crímenes contra la humanidad, y digo Auschwitz, pero también es aquí donde ha nacido la idea de la dignidad de la persona. Europeo es el fascismo, el comunismo, el colonialismo, el anticolonialismo, la democracia, la explotación, la reivindicación social, la revolución industrial, la conciencia ecológica...
No tengamos miedo a decirlo: Europa ha creado los trazos, buenos y malos, de la civilización planetaria. Las tecnologías que han comunicado el planeta y también el reconocimiento de las culturas nacionales y la Sociedad de Naciones, donde todos los Estados son reconocidos y tienen voz. Somos la madre y el padre de esta civilización. Y los EE. UU son un hijo nuestro, un hijo que se ha criado lejos y que ha crecido como si el mundo empezase con él; todos los niños piensan así. Un hijo que está muy robusto y que ahora se comporta con todos como un matón armado. Debemos asumir plenamente nuestro pasado y también las consecuencias de nuestros actos. Debemos recordar que somos privilegiados, y eso lo saben los africanos y asiáticos que intentan saltar los mares y fronteras europeas, y debemos sentirnos orgullosos de los logros humanos conseguidos, de nuestra herencia. Los europeos han creado la Modernidad y también la crítica a la Modernidad, la globalización y la crítica a la globalización. La conciencia humanitaria correctora, autocrítica. Y la única Europa posible es precisamente una potencia civilizadora, no belicista; una potencia que defiende la coexistencia, los pactos. La ley. Y eso lo saben hoy los que defienden el tratado de Kioto, y los que padecen las bombas sobre Irak, y los palestinos.
Ah, pero ahora somos viejos, oímos decir una y otra vez. ¿Y por qué? Pues China fue una gran civilización, decayó, estuvo a los pies de los caballos y hoy es potencia emergente. Y la India. Entonces, ¿por qué Europa no puede ser una gran potencia económica y política? Sólo las ideas viejas nos hacen viejos. Sólo la cultura del escepticismo, cuando la necesaria autocrítica se vuelve corruptora y autodestructora, nos paraliza. El nihilismo mata al sujeto. Los escritores y artistas, y las personas hiperconscientes, conocen que la vida es feroz y que el arco de la vida se vive como un fracaso íntimo, pero sólo las sociedades que se suicidan viven con esa conciencia. La ironía y el escepticismo impiden hacer planes a medio plazo, sólo permiten sobrevivir día a día, pero nos impiden vivir con dignidad, o sea, con esperanza. Lo que individualmente, íntimamente, es lucidez, colectivamente es suicidio. Los europeos y el mundo necesitamos la esperanza de Europa. Esta Europa que se nos presenta a la puerta vestida con esta Constitución.
Una Constitución que habla en su encabezado de dignidad personal, de libertades, de igualdad, de solidaridad, de justicia. Que reconoce los derechos de los trabajadores, que aún son utopía. La solidaridad internacional. El reconocimiento de las diversas lenguas y culturas y su reivindicación como un patrimonio colectivo. Francamente, la Constitución española cuando se presentó no ofrecía tanto, aunque bastantes fuerzas políticas y gran parte de la ciudadanía creyó que era el instrumento real y posible para ganar un horizonte político y social nuevo. ¿No es éste un momento también singular y decisivo para apartar tentaciones localistas y partidarias y enfrentarlo con responsabilidad? ¿Es explicable que los que dijeron sí a aquella Constitución digan ahora que no a ésta? A mí que no me lo expliquen.
Los defectos. Desde luego, los defectos. Los tiene, y según busquemos podemos encontrarle muchísimos. Y también los redactores y firmantes del texto tienen defectos, a veces graves. Pero con qué materiales vamos a construir, ¿con los materiales que tenemos, o los tendremos que importar de otro lugar, otro planeta quizá? Y quién va a construir, ¿vamos a ser los europeos, los que realmente somos y estamos aquí con nuestra diversidad de opiniones y nuestras limitaciones, o tendrán que venir gentes de otro continente, tal vez de Marte, a construir Europa? Somos los que somos y aceptamos la realidad o no la aceptamos. Pero quien no sea capaz de aceptar la realidad no debe intervenir en política, esa cosa que puede ser tan baja o tan noble, pero que siempre afecta seriamente a nuestras vidas. En política, quien no construye, destruye. Y pretendiendo menú a la carta podemos condenarnos al hambre.
.Aunque vea defectos en el proceso de redacción de la Constitución y en el texto mismo, no haré patria de esos defectos y votaré a favor de sus virtudes. Y porque, sin despreciar a nadie, no sólo no me avergüenzo, sino que me siento orgulloso de ser europeo. Y porque creo en la esperanza.
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