Blogia
Ceranda

La democracia a escala europea

La democracia a escala europea Escrito por Josep Borrell Fontelles. Presidente del Parlamento Europeo.
EL PAIS 19-11-04

Al valorar un acontecimiento importante, todos abusamos en ocasiones del término "histórico". Sin embargo, se ha utilizado de forma oportuna para calificar el papel inédito desempeñado por el Parlamento Europeo en la formación de la nueva Comisión presidida por José Manuel Barroso.

En efecto, el 27 de octubre, el presidente Barroso comprendió que no tendría un apoyo político suficientemente fuerte y pidió un aplazamiento para remodelar su propuesta de Colegio de Comisarios.

Y el 18 de noviembre, el Parlamento Europeo invistió a la nueva Comisión de Barroso por 449 votos a favor, 149 en contra y 82 abstenciones. ¿Qué enseñanzas cabe extraer de este momento importante de la democracia parlamentaria europea?

En efecto, el 27 de octubre, el presidente Barroso comprendió que no tendría un apoyo político suficientemente fuerte y pidió un aplazamiento para remodelar su propuesta de Colegio de Comisarios.

Y el 18 de noviembre, el Parlamento Europeo invistió a la nueva Comisión de Barroso por 449 votos a favor, 149 en contra y 82 abstenciones. ¿Qué enseñanzas cabe extraer de este momento importante de la democracia parlamentaria europea?

Antes del 27 de octubre, numerosos comentaristas se referían a las comparecencias como el simple e inútil formalismo de un Parlamento considerado como un "tigre de papel". Después se ha hablado de "crisis institucional". No puedo sino rechazar este análisis. A mi modo de ver, ni las comparecencias eran un formalismo ni el rechazo a la Comisión de Barroso ha abierto una crisis. Hay crisis cuando se produce una situación imprevista, de la que no se sabe cómo salir. En este caso se dio una situación nueva pero perfectamente previsible. Se hubiera producido tarde o temprano. Y la situación se ha resuelto en un plazo muy breve, inferior a un mes.

Todos los países de la Unión Europea practican una democracia parlamentaria. Su principio fundador, el mismo que la define en derecho constitucional, es el de la responsabilidad del poder ejecutivo ante el poder legislativo. Lo cual significa que el primero no puede existir ni subsistir sin la confianza del segundo. En cada uno de los Estados de nuestra Unión, la construcción de la democracia ha pasado de este modo por momentos cruciales en los que se ha ejercido este derecho fundamental de los representantes. A escala europea, nuestros textos fundadores, los tratados por los que se rige nuestra Europa, han ido adoptando progresivamente este mismo principio. Desde su revisión en Amsterdam, en 1997, se requiere expresamente esta confianza del Parlamento Europeo. Éste inviste en primer lugar al presidente de la Comisión y, a continuación, a la Comisión en su totalidad. Este poder de investidura establece el nexodemocrático vital entre las elecciones y la Comisión Europea, el "Gobierno de Europa". La Constitución europea, sobre la que se pronunciarán todos los países, después de Lituania que acaba de hacerlo, lo refuerza.

Algunos creían y deseaban que este poder fuera una mera formalidad. ¿Pero qué democracia europea estaríamos construyendo paso a paso si el poder atribuido no se ejerciera realmente? Una democracia de fachada. ¿Qué sería este Parlamento Europeo elegido por sufragio directo de los ciudadanos, si se limitara a obedecer las órdenes de los Gobiernos nacionales? Una Cámara de registro. ¿A qué equivaldría el examen parlamentario de las capacidades y opciones políticas de los candidatos a comisarios, mediante comparecencias públicas, si se respaldara a dichos candidatos independientemente del resultado de este trabajo democrático? A una tertulia más o menos entretenida. Un examen final sin posibilidad de penalización.

El debate se ha centrado en gran medida, aunque no exclusivamente, en temas de sociedad extremadamente sensibles: la cuestión crucial de la política de asilo y de inmigración, el papel de la mujer en la vida familiar y profesional, la no discriminación de las personas en razón de sus preferencias sexuales, y la relación entre ética y política. En una Europa que acaba de dotarse de una Carta de los Derechos Fundamentales, es normal que se sometan a debate este tipo de asuntos. Pero el Parlamento Europeo jamás ha discriminado a nadie por sus creencias. Si un no creyente o un musulmán se hubiera expresado de la misma manera, hubiera generado el mismo rechazo.

El Parlamento Europeo ha desempeñado su cometido institucional y político, nada más y nada menos. Era normal, por otra parte, que se expresaran opiniones a favor o en contra de las posiciones expresadas por algunos comisarios. El Parlamento estaba objetivamente dividido, pero independientemente de las apreciaciones de cada uno sobre uno u otro comisario designado, todo el mundo está de acuerdo hoy en que su papel institucional se ha visto reforzado. En el debate que tuvimos el 17 de noviembre, la casi totalidad de los presidentes de los grupos políticos, el mismo presidente Barroso, así como el presidente del Consejo Europeo -primer ministro de los Países Bajos, señor Balkenende-, se expresaron en este sentido.

Del mismo modo, e independientemente de las opiniones al respecto, el debate ha demostrado que nuestra Unión, más allá de sus características económicas, se basa en valores fundamentales comunes. Creo sinceramente que el Parlamento ha contribuido a reforzar los valores en los que se fundamenta Europa.

Esto se reflejó además en la onda expansiva de los debates del Parlamento Europeo. Nunca anteriormente la formación de una Comisión había suscitado tanta atención pública, tanta cobertura de los medios de comunicación, ni tanta atención de los propios ciudadanos. A menudo se oye el reproche de que "Bruselas" o "Estrasburgo" forman un universo cerrado, incomprensible, técnico.

No podemos sino alegrarnos de que haya pasado a ser abierto, accesible, político. Es mi deseo que la vida política encuentre otras ocasiones de centrar sus debates en el escenario público europeo. De este modo habrá más ciudadanos que participen en las elecciones europeas.

Sería erróneo interpretar estos acontecimientos como una lucha de poder entre la Comisión y el Parlamento. Cada una de estas dos instituciones sabe perfectamente que no le interesa debilitar a la otra. Al contrario. Europa necesita un Parlamento creíble y una Comisión fuerte. Hoy los tenemos más que ayer. Su complementariedad proviene, en primer lugar, de la experiencia de las democracias nacionales. Los Parlamentos vivos y poderosos son aquellos que saben trabajar en sinergia con los Gobiernos, de tal manera que cada una de las partes pueda ejercer plenamente su función. La debilidad de los Gobiernos de la IV República en Francia, o de las primeras décadas de la República Italiana, repercutió sobre los Parlamentos correspondientes, arrastrando incluso en ocasiones al propio régimen. Un ejemplo contrario lo constituyen el Congreso estadounidense, que goza de poderes considerables, independientemente del poder presidencial, la Cámara de los Comunes y otros muchos Parlamentos nacionales de nuestra Europa, que cumplen plenamente con su cometido legislativo y de control, apoyando al mismo tiempo a un Gobierno mayoritario y estable.

A esta primera razón se añade otra, específicamente europea. En toda la historia de la construcción europea, casi siempre han actuado de forma concertada. Ambas instituciones encarnan el interés general europeo. Ambas extraen su legitimidad de la superación de las consideraciones nacionales. Los comisarios proceden de los Estados, pero han de mantener su independencia frente a ellos. Los diputados al Parlamento Europeo se eligen en los ámbitos nacionales, pero acto seguido pasan a formar parte de grupos políticos europeos, donde se mezclan y superan las nacionalidades.

Durante los acontecimientos que han marcado este otoño, el Parlamento nunca ha tenido la voluntad de debilitar a la Comisión. Y al final habrá logrado una Comisión reforzada. Reforzada, porque se beneficia de una investidura mucho más amplia de la que quizá hubiera podido obtener la primera Comisión propuesta. Reforzada, porque las modificaciones que se han introducido permiten una mejor adecuación entre competencias y capacidades incluso si algunos grupos políticos y diputados individuales no las han considerado suficientes. Reforzada, porque la opinión europea, canalizada a través de los representantes electos europeos, se ha expresado. ¿Y qué es la democracia sino el gobierno de la opinión, la conducción de la política en función de la voluntad del pueblo? A escala nacional, todos, o casi todos, están ahora convencidos de ello. Y ya era hora de que esto también se plasmara a escala europea.

0 comentarios