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LA SEQUÍA NO ES UNA MALDICIÓN

LA SEQUÍA NO ES UNA MALDICIÓN Escrito por Narcis Prat es Catedrático de Ecología de la Universitat de Barcelona

El Periodico de Cataluña - 06/05/05

Parece que cual maldición bíblica recurrente llega la sequía. La naturaleza nos recuerda de nuevo que lo habitual en ella es el cambio, la irregularidad. Pero la sequía es un elemento característico del clima mediterráneo y clave de su biodiversidad. Si no llueve este año morirán algunos árboles en nuestros bosques, lo cual no debería extrañarnos, es un fenómeno natural que renueva nuestros ecosistemas. Pero resulta también evidente que los efectos de las sequías sobre la naturaleza y el hombre son mucho más perjudiciales ahora que antes por la utilización que hacemos del territorio y del agua. Muerte de cosechas, posibilidad de restricciones en nuestros hogares, mayor peligro de incendios forestales y ríos secos se asocian a las sequías y nosotros hemos contribuido a aumentar sus efectos.
El paisaje agrícola mediterráneo, los campos de secano, almendros y olivos forman parte de nuestra cultura y son fruto de un clima donde las sequías son habituales. Paisajes que han estado asociados hasta muy poco a pobreza y emigración, pero que los reivindicamos como un elemento clave para la preservación de la biodiversidad y nuestra calidad de vida. ¿Qué pasa ahora con la sequía?

Se mueren los cereales y sacamos la imagen del Cristo ante la impotencia por la falta de lluvia. Pero hoy la muerte de los sembrados no significará miseria, sino que entre todos contribuiremos (si el área afectada se declara zona catastrófica) a que los posibles damnificados puedan mantener su actividad, que es lo que la sociedad demanda al pedir la conservación de estos paisajes. Es una manera razonable de solucionar uno de los problemas de la sequía.

La amenaza de restricciones del suministro de agua es otro elemento propio de la sequía. Es evidente que, en un entorno donde las demandas de agua son muy similares a la que podemos acumular a lo largo de un año en embalses y acuíferos, la sequía puede tener unos efectos importantes si no sabemos administrar bien nuestros depósitos de agua. Y hasta ahora no lo hemos hecho muy bien. Nuestros mejores depósitos, los acuíferos, los hemos abandonado, maltratado y contaminado, como el del Llobregat, machacado por las obras del AVE, las autopistas y los desarrollos urbanísticos.

Sin embargo, parece que con el trasvase del Ebro definitivamente abandonado ahora nos estamos preocupando de los acuíferos y del agua regenerada; o sea, de aquella agua que una vez usada devolvemos al medio y que ahora nos planteamos tratarla mejor para poderla usar otra vez. Sin trasvase hemos dirigido nuestra mirada hacia estas fuentes que, junto con algo de desalación, nos pueden garantizar un futuro donde la sequía sea motivo de preocupación pero no de alarma.

La Anulación del trasvase del Ebro, en lugar de una maldición, está actuando de estímulo intelectual para la búsqueda de soluciones alternativas y ya se empiezan a notar sus efectos, por ejemplo en la utilización que ya se está haciendo del abandonado acuífero del Besòs para producir agua potable.

Aunque queda un gran reto pendiente. Es la relación campo-ciudad, el poder establecer un diálogo entre los que usan más agua --la agricultura de regadío-- y los usos domésticos e industriales.

Cuando la sequía apriete o si en el futuro los cambios climáticos reducen nuestras reservas en los embalses, además de mirar al mar (pero no mucho, para no gastar demasiada energía) hay que poner en marcha los bancos de agua. Un banco de agua es en esencia un cambio de uso: en lugar de regar maíz, los años secos se reserva el agua para usos urbanos con la condición que el rendimiento monetario esperado por el agricultor quede compensado económicamente por aquellos que necesitan el agua. Aquí necesitaremos mucha materia gris y no solo tecnología para poner las bases de un futuro con buena garantía de abastecimiento, ya que éste es un elemento clave para el mañana.

Así es que olvidemos la sequía como una maldición y aprovechemos la oportunidad para dar un salto tecnológico importante que nos prepare para el futuro y para restablecer el diálogo campo-ciudad.

Todavía tenemos poca experiencia en estos temas, por ello debemos avanzar y aprender en el camino, en el cual, descubriremos que para tener agua en cantidad y calidad suficiente la clave está en la conservación de los ecosistemas acuáticos. Si trabajamos bien podremos conjuntar la garantía y calidad de lo que obtenemos como recurso con el mantenimiento de los caudales ambientales de los ríos y la conservación o el restablecimiento del estado ecológico de los ecosistemas acuáticos tal como nos demanda la directiva marco del agua de la UE.

Para todo ello necesitamos que todos nos creamos (y los políticos los primeros) que el mundo no se acaba en cuatro años y que una política adecuada de prevención del efecto de las sequías no empieza cuando los embalses están al 40% o cuando hace seis meses que no llueve. Hay que redactar un plan de sequías que empiece justo el día después de las lluvias que llenan los embalses.

Vivimos en un país mediterráneo y a él debemos adaptarnos, ya que vivir bajo este clima aporta muchas bendiciones, pero también riesgos, como las sequías, que debemos saber manejar y aprovechar para innovar y avanzar hacia un mejor futuro.

Aunque todo puede ser en vano si el modelo de país que diseñamos para el futuro se basa en el crecimiento y la expansión demográfica y urbanística basada en la construcción de infraestructuras.

Para incorporar las sequías dentro de nuestra planificación necesitamos primero que se defina qué tipo de sociedad queremos. La actual, basada en el consumo de energía y recursos, es del siglo pasado.

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