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Confieso no saber que votaré

Confieso no saber que votaré Escrito por Jose Antonio Marina
es Filosofo
El Mundo 21/11/04

EL PENSADOR se ha enfrentado a una de las pruebas más difíciles: leer, por encargo de CRONICA, la Constitución Europea, que votaremos en febrero del año próximo. La primera paradoja es que la nueva ley de leyes deberá organizar la vida de los ciudadanos europeos, aunque no se sabe con certeza qué es Europa. El filósofo sentencia que la consulta popular le parece precipitada


No soy jurista, ni politólogo, ni político. Soy un observador comprometido con lo que pasa. Y lo que está pasando, por debajo de la espuma de la actualidad, de los rifirrafes partidistas, de los estremecimientos efímeros, es un soso maremoto: la invención consciente de una comunidad política, Europa. Ya sé que todas las comunidades políticas han sido inventadas, puesto que no existen esencias nacionales caídas de un cielo platónico, pero casi siempre se han constituido por azares históricos, no a partir de un proyecto reflexivo y voluntario. Acaso el único precedente duradero de este tipo de creación sean los Estados Unidos de América.

Dentro de un par de meses tendré que votar la Constitución Europea, y ando sumido en una molesta perplejidad, porque no tengo las ideas claras. Para salir de tal estado voy a intentar explicarme a mí mismo de qué va la cosa. Este artículo es, pues, el esfuerzo de un ignorante que quiere dejar de serlo, no la lección de un experto.

¿Por dónde empezaré mi análisis? Sé lo que es una Constitución: la norma de superior nivel que organiza la vida de un Estado.Pero, en cambio, no sé con certeza lo que es Europa. Todavía en el siglo XIX los geógrafos discutían si era más riguroso hablar de Eurasia, un continente ómnibus.

A falta de una divisoria clara, Europa tiene que definirse por un rasgo cultural. Pero ¿cuál elegiremos? ¿El derecho romano, la racionalidad griega, la influencia cristiana, la defensa de los derechos humanos, un cóctel de todos? El asunto plantea problemas serios, porque: ¿podemos decir que Rusia sea Europa? ¿Y Turquía? La Constitución no aclara este asunto. Habla sólo de «pueblos europeos», que comparten una civilización común, aunque diferenciada.

La Constitución Europea tiene una característica sorprendente: no se dirige a un territorio delimitado, sino a un país de geometría variable, por eso permite nuevas incorporaciones. Es una invención política definida por unos valores, un vigoroso proyecto político que emerge a partir de una Europa previa, que no existe más que como vaga entidad cultural anclada en una geografía dudosa. Jean Monnet, uno de los autores del invento, era consciente de la situación. «El problema», dijo, «es que Europa no ha existido nunca». Robert Schumann, ministro de Asuntos exteriores francés, remachó el clavo en 1950: «No hubo Europa y tuvimos la guerra.Esta propuesta pondrá las primeras bases para una federación europea indispensable para el mantenimiento de la paz».

AUTISMO POLITICO

Las naciones europeas han sido siempre belicosas, basta observar su terrible palmarés del siglo XX. Las dos guerras mundiales fueron en realidad guerras europeas. La Constitución es, en su esencia, un instrumento para la paz. Pero esto, naturalmente, es un propósito demasiado vago.

Me atrevo a decir que nunca un proyecto social se ha explicado de una manera tan torpe y disuasoria. Para ser exactos, no se ha explicado. Los políticos son propensos al autismo funcional, a vivir en una onda diferente a la del ciudadano. Cuando se elaboró la Constitución de Estados Unidos, que debía ser refrendada por el pueblo, comenzó un intenso debate, de gran altura intelectual.Por ejemplo, tres de los padres constituyentes, Alexander Hamilton, James Madison y John Hay, escribieron 85 artículos periodísticos para explicársela al pueblo de Nueva York. Se publicaron con el título El Federalista, y todavía se estudian en todas las cátedras de Derecho constitucional del mundo. La europea ha sido una «Constitución furtiva», como dice el título de un reciente libro de Xavier Pedrol y Gerardo Pisarello.

HECHO CONSUMADO

En este momento nos vemos abocados a un referéndum sobre una constitución lejana y desconocida, que se nos presenta -en 448 artículos -casi como un hecho consumado. Si se vota sí, ¿a qué se dice sí? ¿Y si se vota no a que se dice no? The Economist, al anticipar los sucesos más relevantes del año próximo, escribe: «La Unión Europea ha sido construida por elites, pero 2005 será el año de la Europa del pueblo. Una nueva Constitución, redactada durante dos años por los líderes políticos, será sometida a referéndum en varios países. La colisión entre la elite que hizo el proyecto y la opinión pública puede ser violenta, y tal vez peligrosa para la Unión».

Los 25 gobiernos se han dado dos años de plazo para ratificar la Constitución, tras su firma en octubre pasado. Cada país debe elegir si prefiere una ratificación por su Parlamento, o someterla a referéndum. España ha elegido un referéndum, lo que me parece bien, y un referéndum precipitado, lo que me parece mal, porque deja poco espacio para el debate. Los dos grandes partidos están de acuerdo con la Constitución, por lo que el refrendo parlamentario hubiera sido fácil, pero si el referéndum popular resulta negativo, podría entenderse como una desautorización del Parlamento, como una demostración de que la ciudadanía y los representantes legítimos de la ciudadanía pueden no ir por el mismo camino.

Holanda también ha elegido el referéndum, y aunque en los últimos tiempos se despereza el no, probablemente su voto será afirmativo.Alemania duda entre ambos procedimientos.

Pero el problema serio puede provocarlo Francia, Polonia o Inglaterra.La Constitución debe aprobarse por unanimidad, de modo que si un solo país la rechaza, la Unión seguirá rigiéndose por las normas actualmente en vigor.

Lo que complica el asunto es que la Constitución culmina un larguísimo proceso, que se difumina en la memoria. Como está jalonado con nombres de ciudades, haré una especie de turismo preconstitucional.Todo comenzó en Roma, en 1957, con la creación de la Comunidad Europea, y terminó en Roma, en el 2004, con la firma de la Constitución.Entonces intervinieron seis países, y ahora 25. Para evitar susceptibilidades, se comenzó con una política de acuerdos puramente económicos.

Varias ciudades destacan en el trayecto:

- Maastricht, 1992. Se dice adiós a las Comunidades y hola a la Unión Europea. Se esboza el proyecto político. Se habla de unidad de moneda, de política exterior y de seguridad, aparecen los fondos de cohesión y el concepto de ciudadanía europea.

- Niza, 2000. Se discute sobre el poder de los estados miembros.

- Laecken, 2001. Se crea una Convención para iniciar los trabajos constituyentes, presidida por Giscard d'Estaing, en la que están representados el Parlamento europeo y los distintos países. Por España intervinieron Alfonso Dastis, Iñigo Méndez de Vigo, Ana Palacio, Carlos Bastarreche, Gabriel Cisneros, y Josep Borrell.Tal vez me olvide de alguien. Los debates nunca interesaron a la opinión pública. Se discutió el tema de la soberanía, claro está, y hubo propuestas confederales y federalistas. Al final se llegó a un «federalismo intergubernamental», una solución híbrida que pareció satisfacer a todos.

La Constitución me parece innovadora. La Unión no tiene derechos sobre ningún territorio. No puede imponer tributos a los ciudadanos.Aunque formara un a Fuerza de Acción rápida, los gobiernos nacionales seguirían teniendo el control de sus propias fuerzas armadas.

La anatomía de la Constitución es fácil de diseccionar. Tiene cuatro partes. La primera trata de la definición y los objetivos de la Unión Europea, las competencias e instituciones. Afirma que «coordinará las políticas de los Estados miembros», no que las sustituirá.

La segunda parte incluye la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE, aprobada en 2000. Me gusta su comienzo: «Los pueblos de Europa, al crear entre sí una unión cada vez más estrecha, han decidido compartir un porvenir pacífico basado en valores comunes». Estos son la dignidad, la libertad, la igualdad, la solidaridad y los derechos ciudadanos.

La parte tercera, con mucho la más larga, estudia minuciosamente el funcionamiento de la Unión, las políticas interiores y exteriores, y las instituciones políticas y financieras. Por último, la cuarta recoge una serie de disposiciones y protocolos finales.

Después de haberla leído, ¿tengo ya claro mi voto? No. Primero quiero ver las críticas que manifiestan los partidarios del no.Las más serias -por ejemplo, las de los socialistas franceses Henri Emmanuelli y Laurent Fabius, o en España de José Vidal-Beneyto, Pedrol y Pisarello, o representantes de Izquierda Unida- se centran en dos aspectos enlazados entre sí.

Primero: Acusan a la Constitución de imponer un modelo liberal, economicista, mercantilista, que consagra una sociedad injusta.

Segundo: en la práctica resulta inviable el cambio de la Constitución por lo que sólo hay una alternativa: o aceptar ese modelo, o salirse de la Unión, como está previsto en el artículo I-59.

EL SUEÑO EUROPEO

¿Tienen razón estos críticos? Para disponer de más información he leído a un defensor un poco atípico -el estadounidense Jeremy Rifkin- que considera que el «sueño americano» debe ser sustituido por el «sueño europeo», más vigoroso y justo. «Buena parte del texto constitucional», comenta, «está dedicado a los Derechos humanos, que van mucho más allá de los derechos contenidos en el Bill of rights americano. Pocos países fuera de Europa estarían dispuestos a suscribir la mayoría de los derechos humanos que garantiza la nueva Constitución de la UE. En este sentido, la UE se ha adelantado indiscutiblemente a los demás regímenes del mundo en la defensa de los derechos humanos».

Creo que Europa debe protagonizar un nuevo modo de hacer política interior y exterior. Para conseguirlo tiene que alcanzar una eficacia económica compatible con un sistema de protecciones sociales. Necesitamos una Europa de la justicia, no de la sopa boba.

El proyecto europeo, como la democracia en general, es un proceso arduo y grande. No basta con buenos principios. Hace falta una capacidad de trabajo, de generosidad y de creación. La Constitución consagra «el desarrollo sostenible de Europa basado en un crecimiento económico equilibrado, un sistema social de mercado altamente competitivo, tendente al pleno empleo y al progreso social, y una protección y mejora de la calidad del medio ambiente». Quiere combatir la discriminación social y fomentar la cohesión económica.Y algo muy importante: «Contribuirá a la paz, seguridad y desarrollo sostenible del planeta, la solidaridad y el respeto mutuo entre los pueblos, la erradicación de la pobreza y la protección de los derechos humanos».

QUÉ VOTAR

Este es un bello papel para Europa. La música constitucional me suena bien. Demostrar que se puede unir la prosperidad y la justicia es un empeño noble y difícil, en un mundo ferozmente competitivo donde se prestigia la fuerza. No sé si tendremos el suficiente talento. Y tampoco sé si las normas concretas, los reglamentos, la letra pequeña de la Constitución Europea favorecen este modelo de sociedad. Por eso, todavía no puedo decidir mi voto. Espero que el debate comience y que todos podamos tenerlo claro antes del referéndum. Cuando lo sepa, les diré lo que pienso votar.

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